lunes, 18 de abril de 2011

La cara que ves en el espejo

18 de abril

El maquillaje más bello de una mujer es la pasión.

Pero los cosméticos son más fáciles de comprar.

Yves Saint Laurent



¿A quién ves cuando miras la cara que aparece en el espejo? ¿Empiezas a ver tu yo auténtico? ¿Comienzas a sentirte más a gusto con el rostro singularmente hermoso que te devuelve la mirada? Espero que así sea. Pero este crecimiento de la propia aceptación y de la estima es lento y muy sutil, especialmente después de años de benévolo descuido.

Uno de los procedimientos para empezar a amar nuestro rostro consiste en realzarlo con maquillaje. En lo que se refiere al maquillaje, he pasado por muchas etapas. Hubo una época, cuando tenía veinte años y pico y trabajaba en el mundo de la moda y en el teatro, en que ni en sueños me hubiera atrevido a salir a la calle sin mi pintura de guerra. Para mí, el maquillaje era una máscara mundana que me daba confianza en mí misma. Luego, después de cumplir los treinta, casarme y tener mi hija, en una época en que pasaba mucho tiempo escribiendo en casa, dejé de usa maquillaje excepto cuando salía de noche con mi marido. Dejar los cosméticos fue un alivio porque me dio la oportunidad de aprender a sentirme a gusto con mis rasgos. El mundo de donde yo procedía era un mundo ensimismado y obsesionado con las apariencias. Ahora empezaba yo a llegar hasta la mujer interior en vez de concentrarme en su envoltura exterior. Pero poco a poco observe una diferencia en la sensación que me producía verme sin maquillaje. Cuando me maquillaba, me gustaba la imagen que veía reflejada en el espejo. Cuando no me maquillaba, raramente me miraba en el espejo. Empecé a darme cuenta de que presentar tu mejor aspecto, trabajar con lo que tienes y utilizar el maquillaje para realzar tu belleza natural no constituían un objetivo tan superficial como pensaba en un principio. El maquillaje era sencillamente un instrumento que me ayudaba a presentar mi mejor aspecto. Y cuando presentaba dicho aspecto me sentía mejor. Y cuando presentaba dicho aspecto me sentía mejor. Y cuando me sentía mejor tenía más energía y hacía más cosas y era más extrovertida. Y cuando hacía más cosas y me relacionaba más con los demás, la gente respondía de manera positiva y mi propia estima iba en aumento. Maquillarme de nuevo señaló el comienzo de un ciclo de autoafirmación y aceptación. Pero fue también algo más importante: el principio de una ceremonia de autonutrición. Empecé a ver que los diez minutos que todas las mañanas dedicaba a realzar mi apariencia para mí misma y no para el mundo eran una forma pequeña, pero importante, de nutrir mi autenticidad. Hasta el ritual de ponerse maquillaje puede ser espiritual cuando sale del corazón.

Cuando hoy te mires al espejo, bendice el rostro que verás en él y píntate un poco los labios.

Sarah Ban Breathnach

El Encanto de la vida simple

Editorial Biblioteca de Bolsillo

España, 2000 pp. 196-198

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